Si los niños tuvieran miedo al aprender a caminar...

Hay episodios en la vida de cada persona destinados única y exclusivamente a dar lecciones sobre el miedo, sobre el fracaso y también sobre la sanación, y son episodios que todos vamos a tener que vivir, independientemente de la historia propia que cada uno construya. 
Un día, se me ocurrió comparar esos momentos que la vida, en ocasiones muy amarga y repentinamente nos otorga, con la vivencia que tienen los niños al aprender a caminar, y que inclusive nosotros mismos pasamos por ella, aprendimos y pues, lo superamos...

Tantas cosas en la vida se dan igual de involuntarias como el aprender a caminar... proponerse una meta, encontrar un buen amigo, enamorarse alguna que otra vez, querer con todas las fuerzas un proyecto, son, por mencionar, algunas de las tantas cosas que por puro reflejo a -estar vivos- simplemente surgen y que en muchas ocasiones (a veces más de las que nos gustaría) tienen un mal desenlace las que nos introducen en días llenos de dolor, llenos de temor y días en los que simplemente caemos sin saber como nos vamos a levantar de nuevo. 
Aquí es donde logré encajar la metáfora que le dio vida a esta entrada. Cuando un niño está aprendiendo a caminar, su voluntad de conocer, de explorar, incluso de tener lo que en su mente son aventuras, son el móvil ideal para ir dando pasos sin miedo a lo que les pueda ocurrir. Simplemente empieza a moverse en un mundo que apenas está comienza a conocer y no sabe que dentro de su proceso de aprendizaje, puede caer y golpearse, puede caer y herirse o simplemente va a tropezar miles de veces hasta que finalmente logre tener el balance correcto y pueda dar pasos firmes que lo lleven a lo que realmente quiso conseguir. Lo que es realmente interesante es como, a pesar de que les cuesta días de esfuerzo, les cuesta lágrimas, e incluso en muchas ocasiones les duele, ellos cada vez se levantan con más fuerza, con más ganas y con más insistencia a lograr lo que quieren. 

Aquí es donde muchas veces nosotros deberíamos intentar ver el mundo a través de los ojos de un niño que todavía no analiza -demasiado-, que todavía no siente miedo al fracaso, ni a los golpes, ni a caer, porque sabe que de alguna manera podrá levantarse de nuevo, ya sea porque alguien le extiende una mano o porque simplemente encontró la manera de librarse de esta. Aqui es donde debemos aprender a vivir con el conocimiento de que las heridas sanan y que aunque algunas veces quedan cicatrices, con el debido cuidado podemos restaurar aquello que una vez dolió mucho. Aquí es donde debemos entender que se vale llorar pero que luego es demasiado aburrido quedarse en el suelo cuando se tiene un mundo completo por explorar. A veces, nuestro profundo raciocinio nos limita demasiado a vivir, a conocer, a explorar y a sentir porque una vez caímos y fue tan difícil continuar que nos puede más el miedo al fracaso y al dolor que ese deseo de sentirnos vivos, que consiste muchas veces en sentir -a flor- de piel. 

Todos en la vida vamos a pasar por episodios en los que nos domine el miedo y definitivamente donde el dolor se haga presente, algunas veces de manera constante, otras intermitente, pero lo importante es saber que estos episodios simplemente fluyen... Y que así como una vez todos empezamos a caminar y nos llevamos un sin fin de golpes, así mismo a pasos pequeños logramos unos de los mayores aprendizajes y éxitos de la vida.
Y al final, todo sana y uno continua, y continua más fuerte, con más ganas de aprender, de explorar y con muchísimas más ganas de vivir... 

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